No son exactamente cuentos, pero te cuentan.
Son exactamente cinco pero, como todo allí, podrían ser cinco millones.
Para cinco momentos:
Uno) El gallo de hierro por Paul Therroux.
El autor de La costa de los mosquitos hace un viaje, e infinidad de ellos.
Para leer en los tren y recordar al abandonarlo. Para mecerse con el aturdimiento gris que provoca salir de una caja tibia y llegar a una estación desconocida, cuando no sabes bien dónde ir ni qué vas a encontrar.
Dos) La ciudad prohibida por Anchee Min.
Para leerlo camino de y en Pekín, y para buscar allí las salas que aparecen en la novela.
Y recordar que, cuando se "invitaba" a una mujer al suicidio porque había hecho algo "malo", se le ofrecía un pañuelo con el que ahorcarse.
Tles) Cartas a la antigua China por Herbert Rosendorfer.
Un mandarín del siglo X viaja en el tiempo hasta la Alemania de los años 80.
Más cerca de El antropólogo inocente que de Sin noticias de Gurb. Para inspirarse antes de comenzar a escribir postales.
Cuatlo) Adiós a mi concubina por Lilian Lee.
Sobre los inicios de la revolución cultural y su intento, no siempre afortunado, de cambiar la sociedad.
Recomendable para Shanghai y antes o después de ir a la ópera. Allí, quizá a la protagonista le ofrezcan un pañuelo, no por culpa sus acciones sino como obligación al sacrificio.
Cinco) China para hipocondríacos por José Ovejero.
Para dejarnos acompañar por una voz, a veces pedante y otras, enternecedora.
Cuando te produzca extrañeza la comida, los lavabos públicos, las maneras de escupir o el comportamiento ante las taquillas y necesites comprender.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario