Un punto y aparte, que se anunciaba como punto seguido.
Dos puntos para precedir una sucesión aún desconocida.
Una interrrupción, tres puntos suspensivos, entre el aburrimiento de lo predecible y la curiosidad sobre lo evitado.
Cuatro puntos de sutura sobre la nariz de una niña a punto de cumplir ocho años.
Los cinco puntos necesarios para aprobar aquel dictado al día siguiente de haber pasado varias horas en la Policlínica Clavijo después de que el hijo pequeño de los pintores del número siete de la calle Ronda me tirase accidentalmente un ladrillo a la cara después de jugar a construir casas.
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